Archivo mensual: abril 2024

Doña Rosita la soltera (1935), de Federico García Lorca (1898-1936)


«TIO: De tanto vivir juntas, los encajes se os hacen espinas.» (p.58)

«TIO: Perdona. Llega un momento en que las personas que viven juntas muchos años hacen motivo de disgusto y de inquietud las cosas más pequeñas, para poner intensidad y afanes en lo que está definitivamente muerto. Con veinte años no teníamos conversaciones.» (p.60)

«TIA: Ese es el defecto de las mujeres decentes de estas tierras. ¡No hablar! No hablamos y tenemos que hablar.» (p. 107)

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Juegos florales (1982), de Sergio Pitol (1933-2018)


«La enfermedad, la proximidad de la muerte, seguramente la ruptura con Elsa y su incapacidad para reconquistarla (aunque no quisiera reconocerlo) le habían hecho ver de repente su país, su carrera, su pasado con un desencanto extremo. Nada había hecho que pudiera enorgullecerlo. Su trabajo, por improductivo, no era sino una de tantas maneras de estafar el erario. Su obra literaria: dos minúsculos libros de cuentos que apenas se atrevía a mencionar. Había empezado a escribir con entusiasmo, con pasión; sin embargo, en ese momento podía advertir que lo logrado era ridículo; no había alcanzado nada de lo que pretendía y casi tenía perdida la gana de repetir el esfuerzo. Lo desalentaba el roce cotidiano con un medio que consideraba esencialmente corrupto. En es esentido el ejemplo de Guillermo Linares, un historiador a quien años atrás había admirado, un joven maestro al cual se sintio ligado durante los años universitarios por una estrecha comunidad de ideales, le reveló la minucia de sus ambiciones. Se le volvió un espejo detestable. Lo dejó de estimar, como a mucha gente, como a tantas cosas a partir de la segunda internación en el hospital; tenía la certidumbre de que a su amigo le habían dejado de interesar las ideas, que solo lo movía el afán de situarse. Para Linares todo podía convertirse en moneda de cambio. Ya no aspiraba a lograr el ensayo esclarecedor, ni siquiera el prestigio que aquél pudiera otorgarle, sino el artículo de efecto momentáneo que lo acercara al triunfo. Cualquier elogio o ataque suyo debía producir un efecto inmediato. Temió convertirse en Linares. Desanimado por esa actitud dejó de escribir, esperar a Godot, como en varias ocasiones se lo reprochó Elsa, aunque tal vez ni siquiera fuera eso, sino mera holgazanería, o, para hablar con franqueza, por falta de talento.» (II, p.218-219)

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Diario del año de la peste / A Journal of the Plague Year (1722), de Daniel Defoe (1660-1731)

Foto:R.L

«(…) mi espíritu se inclinaba cada vez más a la idea de quedarme, sostenido por la secreta satisfación de sentirme protegido.» (p.21)

«(…) reflexionaba seriamente acerca de la manera en que la gente era aterrorizada por la fuerza de su propia imaginación» (p.29)

«(…) la peste desafió toda medicina; hasta los médicos fueron atrapados por ella, con sus protectores sobre la boca (…)» (p.43)

«Es un espectáculo que habla -agregó-, que tiene voz y muy poderosa, para llamarnos al arrepentimiento.» (p.73)

«A menudo he pensado de qué modo, en los comienzos del azote, todo el mundo se hallaba desprevenido y cómo el desorden que siguió, y qué habría de cobrarse tantas víctimas, provino, en parte, del hecho de no haber tomado a tiempo las medidas necesarias, tanto en el caso de la administración pública como en el de los partículares. Que las nuevas generaciones reflexionen; les servirá de advertencia y garantía, porque de haberse adoptado las medidas necesarias, y contado con la ayuda de la Providencia, muchas de las víctimas de aquel desastre habrían podido salvarse.» (p.135)

«La peste es un enemigo formidable armado de terrores, contra los cuales no todos los hombres son lo bastante fuertes como para resistir, ni están suficientemente preparados para aguantar el choque.» (p.216)

«Concluiré, pues, la relación de aquel año desastroso con una estrofa tosca pero sincera, que escribí y puse al final de mis notas el mismo año en que fueron escritas:

Una terrible peste hubo en Londres

En el año sesenta y cinco

Que arrasó con cien mil almas

¡Y sin embargo estoy vivo!

H.F»

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Primer amor /  Первая Любовь (1860), de Iván Turguénev (1818-1883)

Foto:R.L

«Meditando más tarde sobre el carácter de mi padre llegué a la conslusión de que otras cosas le impedían pensar en mí y en la vida familiar. Amaba otra cosa y supo gozar de esa otra cosa plenamente. «Coge todo lo que puedas, pero no te dejes dominar. Ser dueño de uno mismo, ese es el truco de la vida», me dijo una vez.» (p.57)

«¡Oh juventud, juventud! nada te importa. Te parece poseer todos los tesoros del universo y hasta la tristeza te divierte, hasta la tristeza te es agradable. Eres engreida y soberbia. Dices: «ved, soy la única que vivo», y, sin embargo, tus días también pasan y desaparecen sin dejar rastros apenas. Todo lo que hay en ti desaparece, como la cera al sol, como la nieve… Y quién sabe si el misterio de tu encanto está no en la posibilidad de hacerlo todo, sino en la posibilidad de pensar que todo lo harás; está en que derrochas inútilmente las fuerzas que de todos modos no hubieses sabido emplear en otra cosa; está en que cada uno de nosotros piensa completamente en serio que ha sido un derrochador, que completamente en serio se imagina que tiene derecho a decir: ¡Lo que hubiera hecho si no hubiese desperdiciado mi tiempo!» (p.145)

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Las fuerzas morales (1918-1923), de José Ingenieros (1877-1925)

«Sin estudio no se tiene ideales, sino fanatismos; en entusiasmo vidente de los hombres que piensan no es confundible con la exaltada ceguera los ignorantes.» (De El entusiasmo, p. 19)

«Las más frecuentes infelicidades arraigan en nuestra propia pereza.» (De La voluntad, p. 24)

«Deben ser rigurosamente excluidas de la dirección educativa todas las influencias políticas y dogmáticas. La primera corrompen la moral de los educadores y rebajan el nivel de la enseñanza; la segunda conspiran contra la libertad de pensar y tienden a invadir el fuero de la conciencia individual.» (De Del maestro, p.98)

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El mar / The sea (2005), de John Banville


«(…) a lo que hago tampoco lo llamaría crear. Crear es un término demasiado grande, demasiado serio. Los creadores crean. Los grandes crean. En cuanto a los que somos medianías, no existe palabra que resulte lo bastante modesta para describir lo que hacemos y cómo lo hacemos. No acepto diletancia. Los diletantes son los aficionados, mientras que nosotros, la clase o género de la que hablo, no somos nada si no somos profesionales. Fabricantes de papel pintado como Vuillard y Maurice Denis fueron tan diligentes —he aquí otra palabras clave— como su amigo Bonnard, pero la diligencia no es nunca suficiente. No somos gandules, no somos holgazanes. De hecho, somos frenéticamente enérgicos, a espasmos, pero estamos libres, fatalmente libres, de lo que podría denominarse la maldición de la perpetuación. Acabamos las cosas, mientras que para el creador de verdad, como el poeta Valéry, creo que fue él, afirmó, la obra nunca se acaba, sino que se abandona. Una hermosa viñeta del Musée du Luxemburg nos muestra a Bonnard con un amigo, era Vuillard, desde luego, si no me equivoco, al que manda distraer al guarda del museo mientras él abre su caja de pinturas y retoca un fragmento de un cuadro suyo que lleva años colgado allí. Los auténticos trabajadores mueren todos en medio de una zozobrosa frustración. ¡Tanto que hacer, tanto que queda sin hacer!» (p. 24)

«La verdad es que uno podría volver a vivir otra vez toda su existencia solo con que pudiera esforzarse lo suficiente en recordar.» (p.109)

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El lugar (1982), de Mario Levrero (1940-2004)

Foto:R.L

«Ahora que se me habían terminado los cigarrillos me veía obligado a fumar en pipa; las pipas, el tabaco, se encontraban con cierta frecuencia en las habitaciones. Había formado una pequeña colección de tres pipas, que usaba de forma alterna. Encendí una, y me senté en la mecedora a fumar y tomar café.» (p. 49)

«El despertar trajo consigo un nuevo período de desolación» (p.62)

«Siempre me resultó imposible elegir un callejón sun salida. Un poco por cobardía, otro poco por curiosidad, siempre había optado por seguir viviendo un rato más.» (p.64)

«Hay imágenes que permanecen en la memoria, que no deberían ser ensuciadas con nuevas versiones.» (p.65)

«Me había convertido en un ser fantasmal que avanzaba tambaleante; sin embargo, a pesar del hambre, el sueño, el dolor, y los mil motivos de desesperación acumulados, había logrado librarme de todo sentimiento, de toda sensibilidad, y me había aferrado a la única idea en la que creía firmemente: que solo se trataba de un torneo de resistencia, entre ese lugar y yo.» (p.77)

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